Introducción
El presente trabajo busca conjugar la lectura realizada por quien esto escribe de los primeros tres capítulos del libro “Pedagogía de la Autonomía” y la primera de las “Cartas a quien pretende enseñar” (ambos escritos de Paulo Freire) con diversos aspectos del proceso educativo.
Terminada la lectura y puesto a comenzar el presente ensayo, un sinnúmero de palabras, de conceptos se agolpan en mi cabeza. Esperanza, ética, coherencia, cambio, utopía, e inconclusión son sólo algunos de los tantos que intentan salir en tropel y ocupar un espacio en estas líneas.
Muchos de ellos guardan afinidad entre sí; por eso es que los haré salir en grupos y de acuerdo a la importancia que para mí guardan en el proceso educativo. Comencemos entonces la tarea de facilitar que aquello que pugna por salir vea finalmente la luz.
Conceptos de importancia en el acto educativo
- Utopía, esperanza, ética, coherencia y respeto: Estos conceptos aparecen en primer lugar porque a mi entender son los que deben (o deberían) regir no sólo la actividad educativa sino también toda actividad de los seres humanos.
La utopía, aquel sueño inalcanzable, pero que aún desde la distancia emite una luz poderosa; es el faro que nos debe guiar en todo momento. La utopía da fuerza a la esperanza, verdadero motor de nuestras acciones. El creer que es posible alcanzar las metas, el lograr el cambio deseado; nos lleva a obrar, a realizar todo lo que constituye nuestro diario vivir. Un educador sin esperanza, un educador sin sueños es un docente vacío y apático. Pero, a su vez, se convierte él en una persona vacía y apática. Nada de lo que hagamos en este mundo tendrá sentido si no está movido por el gran motor de la esperanza y guiado por la potente luz de la utopía.
Ahora bien, el ser humano en general y el educador en particular deberá moverse y obrar en un mundo rodeado de semejantes. Debemos entender que resultará sumamente difícil, sino imposible, el poder cumplimentar los actos que la esperanza nos mueve a realizar si dichas acciones las efectuamos alejados de los principios de la ética.
¿Pero, qué es ética? Para ello rescataré algunas ideas aprehendidas durante la cursada de una materia, precisamente llamada “Ética”,
La ética relaciona el ser humano con el deber; no entendido éste como obligación sino como libre aceptación de quien, sabiéndose humano, necesita obrar como éste. La ética rige el accionar de los humanos, impidiendo que dicho accionar vaya en contra del propio hombre. El mundo de la ética es, entonces, el mundo de lo que no estamos obligados a hacer pero que debemos hacer para considerarnos así más humanos.
Toda nuestra actividad debería ser regida por la ética, pero esto se torna aún más importante en la práctica docente, en donde la acción va dirigida esencialmente hacia otra persona. Si nuestro accionar como educadores se aparta de dichos principios, si va en contra de los otros, no sólo pierde fuerza sino que se vuelve contraproducente y nocivo, tanto para el otro o los otros, como para con uno mismo.
Y la ética trae de la mano a los otros dos conceptos, la coherencia y el respeto. No se puede ser ético si no se es coherente; si nuestra acción va en contra de nuestra palabra. No podemos ser coherentes (y por lo tanto tampoco éticos) si, por ejemplo, hacemos cumplir los reglamentos y nosotros mismos no lo hacemos; si nos quejamos del bullicio que muchas veces impide dentro de las aulas el desarrollo de las clases y luego hacemos lo mismo en las reuniones de personal; si exigimos que los estudiantes estén a determinada hora en clase y nosotros llegamos tarde; si ponemos plazos de entrega de producciones y luego las devoluciones ocurren con demoras excesivas (y muchas veces ocurren sin una verdadera lectura de dichas producciones). Y lo que es peor: resulta de una carente falta de coherencia (hecho éste observado en muchos colegas) manifestar expresamente no mandar a nuestros hijos a la escuela pública por “ser desastrosa”; siendo nosotros mismos parte integrante de dicho sistema. El ámbito de la coherencia debe darse también en el resto de nuestras acciones. Nos quejamos de que las leyes no se cumplen y cruzamos los semáforos en rojo o circulamos en sentido contrario al permitido; vamos en contra de los grandes evasores y le pedimos una rebaja al comerciante si no nos hace la factura; ponemos el grito en el cielo por la contaminación y el calentamiento global y arrojamos los papeles a la calle a la vez que sacamos el árbol de la vereda porque “las hojas me la ensucian”. Y así podríamos seguir hasta el cansancio. En la medida que nuestros actos se aparten de la coherencia, se apartarán a su vez de la ética.
Lo mismo pasa con el respeto. Y el principal respeto no pasa por el trato hacia tal o cual sino por algo más profundo que es el respeto por la vida. Y el término vida no sólo abarca a nosotros, los seres humanos, sino también a todo los que nos rodea, vegetales y animales. Todos tienen su mundo, todos tienen el derecho a vivirlo y es tomando conciencia de esto cuando se empieza a ejercer el respeto hacia el otro, hacia los otros. Si no respeto, pierdo coherencia y por ende mis actos se apartan de la ética y nos dificulta alcanzar los sueños a los que nos lleva la esperanza guiada por la utopía.
-Naturaleza, inconclusión, elección, libertad y aprendizaje: a pesar de lo que digan las distintas posturas reduccionistas, el hombre posee una naturaleza propia, que en parte se asemeja a otros seres vivos y en parte se diferencia de ellos. El ser humano no sólo es razón, ni un constructo social, ni lo que quiere ser; sino que tiene una naturaleza propia que lo mueve, lo “obliga” a obrar en su favor y en la cual cumple una función primordial el intelecto. El intelecto es quien procesa las impresiones de los sentidos y “arma” la realidad, estableciendo un intercambio dialéctico con las distintas emociones que los sentidos despiertan (se nutre de ellas y a la vez las gobierna).
Y en la medida en que construimos el mundo, también nos construimos nosotros por eso el autor bien dice que somos “inconclusos”. Nuestra naturaleza es inconclusa y nos mueve a seguir con la obra de construcción. Es ahí donde surgen las distintas alternativas, los distintos caminos que se pueden tomar. Algunos de ellos siguiendo la ruta que nos traza la naturaleza, otros alejándose de ella. Es el intelecto el que tiene que decidir y es en ese acto de elección donde radica la libertad del ser humano. El ser humano es libre porque elige y esto es un rasgo distintivo de nuestra naturaleza, inexistente en todo el resto de los seres vivos.
Pero para poder elegir, hay que conocer los caminos; entrando entonces a jugar el aprendizaje. Aprender nos permite conocer las alternativas y así poder realizar una mejor elección. Dado que somos inconclusos, que nuestro camino todavía no llegó al final, debemos en consecuencia tener en cuenta que nuestro aprendizaje no se detiene nunca; incluso se produce cuando estamos promoviendo el aprendizaje en los otros.
Estos conceptos son fundamentales porque forman la base de la concientización (tanto de los educadores como de los educandos) y que constituye uno de los fines principales de la educación. El educador primero debe darse cuenta de que tiene una naturaleza que lo hace libre de elegir en libertad los caminos que conduzcan a su propia formación y que ésta no será posible si no es a través de un aprendizaje continuo; para luego tratar de que los educandos logren lo mismo.
Uno de los principales fines de la educación es, en consecuencia lograr que cada uno de nosotros tome conciencia de que somos seres libres y que nuestra libertad radica en poder elegir los caminos a seguir. Pero a su vez es tomar conciencia de que tenemos una naturaleza y que nuestras elecciones no deberían apartarse demasiado de ella; porque de lo contrario correremos el riesgo que nuestra naturaleza (propia e innegable) a la corta o a la larga nos pase la factura correspondiente.
- Condicionamiento y determinismo: Estos conceptos nos hablan de las dificultades que surgirán en el momento de encarar el proceso educativo. Son muchos y poderosos los factores que condicionan el poder tomar conciencia de que es posible cambiar. Hasta tal punto que muchos acaban por rendirse al determinismo, al pensamiento fácil de que “las cosas son así porque lo son y no hay nada más que hacer”. Estos comentarios no sólo provienen de los destinatarios de nuestra acción educativa sino que también, lamentablemente, son muy oídos en boca de los propios educadores.
El determinismo mantiene el status quo de la sociedad actual, el modo de vida que permite que un número muy pequeño de la población acapare más de la mitad de las riquezas del planeta, condenando al cincuenta por ciento de las personas a sufrir padecimientos tales como el hambre, la falta de vivienda digna, etc. A los poderosos no les interesan nada los cambios, sobre todo si éstos traen aparejados modificaciones en el reparto de los ingresos. Para colmo de males ellos son los que manejan los medios de comunicación por lo que pueden bombardear a voluntad las mentes de todos con una variopinta cantidad de mensajes que, en el fondo, se refieren todos a lo mismo: lo que ocurre, ocurre porque así debe ser y de nada sirve que te preocupes por cambiarlo. Miseria, desempleo, violencia, marginalidad, pasan a ser hechos naturales y no producto de elecciones de ciertas personas que eligieron, precisamente, el camino que nos aleja de la naturaleza humana.
Es difícil en consecuencia tomar conciencia de que las alternativas están pero que somos nosotros las que debemos tomarlas, nosotros somos los que debemos construir el camino que nos desvíe del que venimos andando. Es más fácil caer en el determinismo y esperar que, así como alguien instauró nuestra forma de vida, aparezca otro alguien que la cambie.
Estos últimos son, entonces, los obstáculos que se nos presentan en el camino de la educación; aquel camino que debe conducir a lograr la concientización del segundo grupo de conceptos y que sabremos salvar si tenemos bien firme en nuestras mentes y nuestros corazones los conceptos del primer grupo.
Como concepto final voy a mencionar a la humildad. Este es un bien que debe tener toda persona que se dedique a educar y que debe tratar de promoverse (mediante la ejercitación por parte del educador) a los educandos. Nótese que hablo de bien y no de valor. Particularmente prefiero la mención de bienes (mencionada entre otros por Sto. Tomás de Aquino) por la sencilla razón que “valor” es algo dado por las personas, algo que hoy puede valer y mañana no. El “bien”, en cambio es lo que justamente nos hace bien al tenerlo. El diamante tiene valor, dado por los hombres y por la economía; el agua nos hace bien. Los valores pueden cambiar según lo estime la gente; los bienes son intrínsecos a la naturaleza de los seres humanos y es la humildad uno de los principales.
No será posible mantener encendida la utopía ni movernos al empuje de la esperanza si no tenemos humildad. Con soberbia no hay respeto ni podemos concientizar a nadie acerca de su libertad de elección; menos aún nos podremos dar cuenta de nuestra inconclusión y nos cerraremos al aprendizaje necesario para llevarla a cabo. Sin humildad despreciaremos los condicionamientos para finalmente caer vencidos en las garras del determinismo.
Bien, por fin ha salido todo aquello que quería salir. Ahora llegó el momento de ir a clases.
De nuevo a las aulas
Estamos a las puertas de un nuevo ciclo lectivo. Ciclo al que, si bien presenta elementos similares a los anteriores, se le han incorporado otros nuevos desafíos que lo tornan distinto.
En primer lugar diremos que dicho ciclo se desarrollará dentro de un año electoral, en el cual los educadores y un número importante de educandos, elegirán las nuevas autoridades encargadas de conducir los destinos del país por otros cuatro años. Esto quiere decir que viviremos bajo el continuo bombardeo de los medios, tendientes a promover a tal o cual candidato. Verán la luz medidas económicas, acusaciones y la cantidad innumerable de bajezas que habitualmente se producen en estos momentos. Esto repercutirá en el ámbito en el cual desarrollaremos la actividad. Empero, esta situación puede ser perfectamente aprovechada para promover la vida democrática; no realizando “simulacros” de votaciones sino ejerciendo la democracia con nuestra actividad dentro del aula. Claro, esto es muy difícil habiendo tantos colegas que se enorgullecen de “no votar a nadie”, desconociendo por una parte que democracia no es solamente elegir a alguien en particular sino mucho más (organizarse, luchar por los derechos, pedir rendiciones de cuenta, etc) y, por otro lado, sin darse cuenta que, paradójicamente, el no elegir ya constituye una elección (particularmente creo que la peor).
Por otra parte se seguirá acentuando o profundizando la tendencia de transformación de la escuela en algo más que instituciones educativas. Esta delegación de acciones sociales que deberían realizar otros organismos estatales en la escuela demanda una serie de tareas organizativas ajenas a la que son en principio las tareas educativas específicas y para las que muchos educadores no se encuentran debidamente preparados. Como ejemplo menciono la llegada de una suma importante de dinero para que la escuela se encargue de la compra de bicicletas y sean dadas en comodato a los alumnos que vivan lejos de ella y así se puedan trasladar de manera mejor. Dejando de lado el hecho de que, de haber suficientes establecimientos escolares serían muy pocos los alumnos necesitados de tales elementos, la medida en sí demanda una serie de trabajos (relevamiento, contratos, seguimiento) que deberían ser realizados por los equipos sociales del estado y no por el personal escolar. Y eso sin mencionar los posibles (y seguros) fraudes que ocurrirán por el difícil control de todo esto.
Claro que estas medidas traen, como siempre, aparejadas otras que son de suma importancia. En este caso, la inclusión de alumnos dentro de la escuela. El ingreso de personas excluidas durante años representa la oportunidad que tienen los establecimientos escolares para hacer llegar su acción educativa a una mayor cantidad de personas. Y aquí hace falta una aclaración. Conversando con los docentes, lo que más se escucha es lo siguiente: “¿Para qué traen a la escuela a quienes no tienen ningún interés en venir y sólo lo hacen por tal o cual cosa?” Es cierto que las clases se complican cuando dentro un grupo que “no viene a hacer nada” (yo diría que hace cosas distintas a la que estamos acostumbrados), pero eso no implica que se deba nuevamente excluirlos. La medida es buena, lo que es necesario es complementarla con otras que la refuercen (clases más chicas, más profesores o asistentes en el aula, etc). En lugar de quejarnos creo que deberíamos unirnos y luchar porque se implementen esas otras medidas. Si no, volvemos a lo mismo. Como hay muchas cosas que están mal, tiramos abajo las cosas buenas en lugar de preocuparnos por arreglar lo malo; porque, con eso, no se puede hacer nada (otra vez el determinismo fatal).
También tenemos la reforma educativa en pleno proceso de implementación. Mientras algunas materias ven cómo se modifica su carga horaria o sencillamente desaparecen, surgen otras que, en muchos casos hasta se desconoce qué temas abarcan o quiénes están en condiciones de dictarla. Los contenidos se modifican sin orden lógico aparente; incluso sin adecuarse a las nuevas características que presentan los estudiantes y tornándose, además, prescriptivos. Todo esto causa inquietud entre los profesores, “acostumbrados” a enseñar lo mismo a lo largo de los años. Pero ante esta situación lo más conveniente sería evitar la zozobra propia de la incertidumbre y mirarla como una oportunidad. ¿Oportunidad de qué? Pues de replantearse cuáles son los verdaderos fines de nuestra actividad. Si es más importante el dictado de todos los contenidos prescriptos o es mejor dedicar parte de nuestro esfuerzo en lograr producir en nuestros educandos el segundo grupo de conceptos antes detallados. Por otra parte es preciso saber que lo prescripto es tan amplio que solamente un súper héroe sería capaz de desarrollarlo todo a lo largo del año. Otra oportunidad para seleccionar aquello que estimemos realmente importante para que aprendan los estudiantes.
Por último habría que referirse a la propia situación laboral del docente. El año pasado fue un año de ajustes en el que todos sufrimos en nuestros bolsillos el efecto inflacionario. Paradójicamente, quienes nos representan están más que satisfechos con lo alcanzado, sin importarles las condiciones económicas de sus representados, o si éstos tienen que sufrir agotadoras jornadas laborales (que no están contempladas en los estatutos originales) para poder compensar lo que el aumento de precios le corroe. Este año que comienza, esto se acentuará porque los representantes estarán más abocados a ver cómo apoyan al sector afín a ellos que gobierna (y, por qué no, incluso figurar en algún cargo) y seguramente dejarán a sus representados más desprotegidos aún. Como siempre, esto trae consigo una nueva oportunidad: la de plantear la forma en que los educadores logremos, en un ámbito democrático y de unidad, establecer la mejor forma de pelear por condiciones dignas de trabajo; un derecho que tenemos que tener todos pero un deber (el de pelear) que no podemos eludir. De nada vale hablar de fomentar el cambio, la toma de conciencia de que nosotros construimos el mundo a través de nuestras elecciones, si elegimos solamente quejarnos y aprovechar alguna medida de fuerza para descansar de la sobrecarga horaria a la que nosotros mismos nos sometimos. Si nosotros no tomamos conciencia de que tenemos que pelear por nuestros derechos, es difícil que provoquemos una toma de conciencia en los demás.
En este aspecto Freire resulta más que explícito: aprender para enseñar. Aprendamos entonces a defender nuestros derechos, nuestra dignidad como trabajadores de la educación para luego poder enseñar a los educandos a defender los suyos.
Como vemos, los desafíos son muchos y se tornan fuertemente condicionantes en el momento de abrir la puerta del aula y enfrentarse a la clase. Está en cada uno de nosotros el tener presente todos los conceptos arriba vertidos para poder encarar con humildad el difícil pero placentero acto de educar; sin recetas mágicas para aplicar y con la sola ayuda que nos puede dar la humildad y sobre todo el amor hacia lo que hagamos.
Palabras finales
Como cierre del presente trabajo quiero tomar una frase de Freire de su obra Pedagogía de la Autonomía la cual, a mi entender, resume la manera de encarar el acto educativo: “El educador y la educadora críticos no pueden pensar que, a partir del curso que coordinan o del seminario que dirigen, pueden transformar el país. Pero pueden demostrar que es posible cambiar”
Si entramos en el aula pensando lo primero no somos esperanzados sino ilusos, y a la corta o a la larga caeremos víctimas del desánimo y la frustración. No pretendamos cambiar el mundo mientras damos clases; no pretendamos que todos los que nos escuchan y a los que escuchamos aprendan todo lo que nosotros pretendemos que aprendan. Si esta tarea no es posible ni aún en los casos de enseñanzas personalizadas, menos lo será en las condiciones actuales en las que se desarrolla la actividad educativa.
No seamos ilusos, pero sí esperanzados. Tenemos que estar convencidos de que el cambio es posible. Seguramente no podremos inculcar la posibilidad del cambio a todos pero con que una porción, así sea muy pequeña, lo consiga; nuestra tarea estará recompensada.
Ahora sí, abramos la puerta del aula y entremos con humildad y amor para que, actuando con coherencia y respeto hacia los demás y hacia uno mismo, construyamos el camino que nos marca la esperanza.
¡Vamos! Abramos la puerta de una vez, venciendo los miedos y la incertidumbre. Apurémonos, que los chicos, y tras ellos el mundo, nos están esperando.
Autor: Jorge Fernández
profe yo quiero saber como hay que presentar el trabajo en que formato y para cuando gracias
ResponderEliminardiego alfonzo
voto por este trabajo (cristina)
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